El aire tibio de Noviembre le acaricia la nuca y parece que trae consigo soplos de libertad.
Se mete en un local oscuro a, para variar, practicar a no meter la ocho sin tener que apartarse continuamente el pelo de la cara.
Supone que su madre se llevará las manos a la cabeza, ella que siempre la llevó con el pelo largo para disimular lo que considera una cara excesivamente redonda., pero es que va a tener que no dar tantas explicaciones...A eso está aprendiendo, reflexiona mientras la bola negra resuena en la tronera, a no dar explicaciones a nadie, a no explicarse ni siquiera para intertar aclararse ella. A salir adelante sola.
Maldito el que situó la adolescencia en los quince, como se notaba que no había llegado a los veintitrés.
Disimula un leve temblor en sus manos mientras devuelve el taco. Mañana tiene la foto de la orla. Irá sin melena. Sin melena, sin novio, sin camino más allá del aula de la facultad que adecenten como estudio fotográfico. Con poco maquillaje. Y con flequillo.
Esta idea la reconforta un poco, si levanta las cejas ve esa leve cornisa sobre sus cejas, se siente algo más cubierta.
A él siempre le gustaron las melenas interminables. A ella siempre le quedará la duda de si le habría gustado de todas maneras, esta nueva ella.
El aire fío de Noviembre le escarcha la nariz y le levanta los cortos mechones. Y así, a cara descubierta, enfrenta una nueva etapa.

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